Estoy en tratamiento por enfermedad mental, y mi hijo de 18 años también. Mis vecinos lo saben. Vivimos en un barrio tranquilo de una ciudad andaluza, pero la relación con el vecindario a veces está llena de situaciones injustas.

Hace poco, mi hijo tiró una botella de plástico al patio de un vecino y al poco rato ya estaba la Policía llamando a la puerta de mi casa. Los agentes fueron muy amables con nosotros, vieron que no había pasado nada y se fueron tras ofrecer su ayuda por si necesitábamos algo. Cuando se marcharon, seguía sin entender por qué algún vecino había llamado a la Policía sólo por haber tirado una botella de plástico.

Más sorprendida me quedé cuando tres días después un vecino (“normal”) tiró un petardo a un patio. Tras la explosión, empezaron a oírse gritos y se pasaron casi media hora discutiendo a voces. Cada vez había más gente, de toda la finca, y se pudieron juntar hasta 15 personas. Entre ellas estaban quienes no habían tardado ni un minuto en llamar a la Policía por una botella de plástico. Entre chillidos y gritos, en algunos momentos de máxima tensión, llegaron a las manos y se pelearon físicamente.

Finalmente los ánimos parecieron calmarse y todos volvieron a sus pisos. Pero me pregunto por qué después de oír explotar un petardo y de media hora de bronca y pelea, esta vez nadie se escandalizó, ni dijo nada, ni llamó a la Policía.

Última modificación: martes, 26 de enero de 2016, 10:18